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Foto del escritorJuan

DESDEÑADO


Levantando este cuerpo desvensijado del lugar que por años he llamado aposento mío. Qué mayor remedio que calcinarme los dedos con el goce que me resulta de exhalar humo: le enseña al techo y a mi gabardina que el aroma primogénito siempre será el que emana mi pipa de arce. Me abanico la testa como si intentase espantar las arañas que han anidado, no tienen derecho, yo aún no he muerto.


He de admitir que no soy un hombre roto, la integridad de mi voluntad será siempre el estandarte de lo que mis ojos han visto, de los sitios por los que me he arrastrado, de los trozos de goma que el suelo se ha dignado a arrebatar de mis zapatos. Vivo predicando ideas agrietadas, provenientes de voces que alguna vez creí escuchar.


En mi pecho aguarda un reloj vespertino, una ansiosa hiena hambrienta con la constante urgencia depredatoria de destripar al primer rostro de bondad que vea en sus pupilas la intención de arrebatarme los ojos. En estas horas muertas, agonizantes y fértiles, mis falanges envueltas en cicatrices buscan el pasivo remedio que la empuñadura del bolígrafo tiende a ofrecer. Acomodando mi asiento en el café contiguo al teatro, en un gesto de soltura las palabras brotan sobre una servilleta a la que le di el benemérito de servir más que para la pulcritud de los comensales. Tras unos breves minutos, la tinta reposada recitaba unas figuras tales:


"Llegarán pinceladas más dulces, pinceladas que decoren los días y el camino vacío: aquella ruta que todos conocen, pero que nadie se digna a recorrer. Pisotearemos los adoquines sobre las amapolas que han caído sin dueño, sin rostro ni nombre. ¿Habrá acaso un destino más cruel que este? ¿Tendremos la dicha de una muerte plena? ¿De una muerte que nos seque las lágrimas con el pañuelo amarillo del ayer? ¡Qué podría saber yo! ¡Un miserable vendedor de palabras! Lo peor de ello siempre recaerá en dar muchas letras y no recibir más que suspiros"


Leyendo tan desbaratado discurso, y estremecido ante la insolencia de mi propia mano, no vi mayor solución que sofocarla entre los rincones de mi gabardina deshilachada para que probara lo áspero de las cenizas que duermen en mis bolsillos, para que conociera lo amargo que es mi destino.


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