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Foto del escritorArnno

SOMBRA

Cada vez que me levanto, voy al baño y me miro al espejo, solo veo una figura de odio: Oscura, negra, profunda, como si no hubiera nada en ella, un ente sin rostro, carente de sentidos y sentimientos, solo un espíritu de venganza que en su profundidad abismal solo se ven las ganas de acabar con todo.

Imagino esta figura destruyendo todo a su paso, rápida como el sonido e imperceptible como sus ondas. La veo atravesando muros, yendo directamente cara a cara contra sus enemigos, contra la gente que odia, apuñalándolos en dónde más les duele una y otra y otra y otra vez. Y aunque parezca un fantasma de dolor y amargura, ella quiere proteger a los que no pueden defenderse, a cubrirlos en su oscuridad, a hacer de escudo para que no les pase nada.

Sus enemigos son los males de la sociedad, de la humanidad. Asesinos, violadores, ladrones avaros, corruptos, abusadores. Toda esa plaga que existe en este planeta, que la figura quiere exterminar en el menor tiempo posible. Como erradicando maleza, los desea cortar, punzar, arrancar, penetrar con su filo cada pequeña parte de su poca humanidad, despojarlos de todo sentido, hacerlos vivir el infierno en vida, para que sepan que se siente lo que ellos mismos provocan. Esta sombra quiere hacer todo lo que Dios no puede hacer… justicia.

Pero este ente tiene un problema… a veces las pequeñas “injusticias” lo alteran y despierta el instinto asesino ya mencionado. Trata de controlarse, pero en el proceso se desgarra el mismo, porque en su interior sabe que no debe dañar a los que no han hecho nada peor que lo despreciable. Pero, ¿qué es lo despreciable? Me cuestiono y se cuestiona el ente. Solo él puede juzgar qué es eso, al menos eso cree. Yo le susurro que no puede juzgar qué es y qué no es. Me hace caso (!) y se esconde otra vez.

Sin que me dé cuenta, lo veo otra vez en los reflejos de los autos, de los edificios, una vez más esa figura que me persigue y quiere perseguir. Esta silueta monocromática se aparece en todos lados, puesto que mis ojos son sus ojos, y ve a través de mí la realidad… la asquerosa realidad en que vivimos él y yo.

Cuando llego a casa me lavo las manos y sale sangre del grifo… no, son mis manos, mis manos ensangrentadas de la sangre de una persona, de un animal. Estrego con fuerza pero no se quita la mancha. Soy obsesionado con la limpieza, me tendrán que disculpar si me pongo histérico. Levanto la cabeza… está ahí la figura nuevamente. Coloca sus manos al otro lado del reflejo, como queriendo salir del encierro en el que se encuentra. Me distraje, el espejo está roto, alguien le dio un golpe, seguro fue él.

Tuve que ir al hospital, a la sala de urgencias donde atienden a los que necesitan ayuda con una urgencia, como yo. Con las manos ensangrentadas y llenas de vidrios perforantes el doctor me atiende y me pregunta qué me ha pasado “nada, doctor, me he caído otra vez y le di un golpe al espejo” me dice que tenga más cuidado y mientras saca los 12 fragmentos, la veo ahí, en cada uno de ellos, la figura, saltando de cristal en cristal, persiguiendo las pinzas del médico, queriendo tomarlas para sacarse ella misma de ahí.

En el trabajo me preguntan el porqué de mis vendas en la mano, “fue un accidente en casa” les digo, y todo continúa normal, pero sé que la figura sigue ahí, observándome desde algún lugar reflectante.

Ya el día se ha puesto oscuro. Caminando por la calle veo que están robando a alguien, y en el reflejo de la navaja la veo… se me abalanza y me toma de repente. Por fin he salido… nos acercamos velozmente y agarramos la navaja del hijo de puta que está en frente de nosotros, lo apuñalamos, una, dos, tres, cuatro, cinco, seis; el hombre de gafas al que estaban robando se va del lugar con una expresión de incertidumbre y miedo. Siete, ocho, nueve; vemos que el color de sus ojos se desvanece en un blanco antártico y se ven unas pequeñas arañas rojas en ellos. Diez, once, doce; nuestras manos están manchadas de los fluidos del hombre que yace allí, inconsciente, durmiendo, sosegado porque por fin podrá ver el infierno, y solo le ha costado una hoja.

Los letreros de las tiendas iluminan la ciudad, vamos con las manos dentro de los bolsillos. Solo se ven miradas ominosas a esa hora de la noche. Llego a casa, otra vez frente a la puerta sin recordar nada de lo que ha pasado, con las manos pegajosas y una navaja en el pantalón. Al otro día me levanto y me veo al espejo, la rabia sigue allí, el desprecio sigue allí, la sombra sigue ahí.

-Cristian Martínez Barrera


Fotografía: Cristian Martínez



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