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Foto del escritorJuan

MEMORIA

Actualizado: 6 dic 2018

Cerca de la media noche, ahogado por el tedio del sueño, decido despegar mi cuerpo maldito del pedestal de siempre. Sediento, me dirijo hacia el cuarto de baño, agarro mi taza metálica, aquella con las abolladuras y pelones dejados a través de los años. Con cautela, y preocupado por no perturbarle el sueño a Maggie, deslizo mis brazos suavemente sobre las perillas del lavabo, buscando mantener aquel falso silencio de las horas cercanas al conticinio. Deslumbrado por el fulgor ácido de la lámpara de tungsteno, me froto enérgicamente los párpados, esta vez no se trataba de una desvelada por ansiedad como las sentidas en el pasado, aumentaba el peso del aire, mi respiración comenzaba a ser irregular y el constante ruido de las gotas al caer de mi taza era cada vez más estridente. No era pánico, no, no lo era, conservaba la certeza de la existencia de un autor oculto detrás de mi malestar, pero cada pregunta era la eclosión de otras cuantas más. Mantenía la mirada en el suelo, o en el lavabo o en la taza ¡o dios sabe lo que estuviese mirando! Si algo lograba colarse entre las grietas de mi torturada mente era aquella noche, tan vívida como siempre, el mismo aroma a canela del cuarto de baño, la misma taza, la misma cantidad de pasos para llegar hacia allí… pero continuamente la modorra nocturna y la suspicacia del trauma me arrebatan la capacidad de decisión.

Tembloroso y alarmado por el ausente motivo, parecía que el suelo y mis ojos se hubiesen aliado para generarse mayor pesar, al mismo tiempo, la tentación de mirar al espejo, buscando alguna respuesta, llenaba mi ser. ¿Sería acaso la ventana hacia la verdad? ¿tenía acaso yo ojos para ver? ¿o estaba yo desvariando ante insensatos alegatos de mi cabeza?

Tras momentos de plática con mi consciencia, completamente estático, tomé la decisión de apartarme de aquel espejo de misterioso contenido. La lámpara hacía rebotar vestigios de iluminación por los rincones más opacos. Por entretenimiento, cual estatua, decidí mover ligeramente mis párpados, necesitaba cerciorarme de mi propia vigilia. Percibía, por alguna extraña razón, la naturaleza de tan paralizante fenómeno, algo en mí estaba enterado del porqué de tan estúpido, pero tan alarmante suceso. Hurgaba entre mis recuerdos, pero solo encontraba callejones sin salida, preguntas sin respuesta. Suspirando, aún con la mirada en las baldosas, intentaba sugestionarme para dirigir la vista hacia el cristal; como una polea, mis puños halaban el resto de mi cuerpo hacia abajo, esto ya no era miedo, era algo ajeno al débil espíritu de este cuerpo desgastado.

Pasados los minutos, entre conjeturas y suposiciones, la unión entre lo que quedaba de mi cordura y mi cuerpo lograron formular un plan poco ortodoxo, aunque indoloro. Sería como quien remueve un vendaje, un movimiento rápido, repentino, sorprendiendo mi lenta reacción, revelaría lo enmarcado en la enigmática lámina sostenida sobre la pared.

Para muchos resultaría una tarea sencilla, incluso infantil, pero de mis propiedades físicas lo único sobrante era un pobre infante asustado hasta de su propia sombra, curiosamente, sin conocer el motivo. Noté como mi frente se humedecía y mis pestañas se inundaban, francamente, el contexto no parecía tan doloroso como para producir esa respuesta en mi ser, pero hacía tiempo todo había carecido de sentido. Intenté gritar, pero sabía que nadie me oiría, intenté luchar, pero no era lo suficientemente fuerte. Impotente, ante la crueldad de mi mente y sucumbiendo ante aquel plan desarticulado, reuní el coraje para realizar ese ágil movimiento con el cuello, el cual, así fuese simple, me llenaba de desazón… pero era mejor que abismarme en el hecho de estar petrificado por el temor de la posible sucesión de eventos venideros.

Como si fuera un ente separado de mi cuerpo, levanté el mentón hacia el espejo, inmediatamente después de hacerlo, noté una discordancia con lo que veían mis ojos. En la pared, reflejado, solo veía un rostro extraño, con ojos turbios y perdidos; A pesar de que me seguían, y el resto de la figura parecía imitar mis movimientos, era como si aquella imagen simplemente imitase la apariencia de un retazo de colores apelmazados sobre un marco.

Cuanto más fijaba la vista en aquel impostor sobre el cristal, más falso se tornaba todo a mi alrededor, mi espíritu llegaba a desintegrarse en el aire, todo parecía como una vaga concepción malinterpretada de la realidad. No paraba de retar ansiosamente a aquella figura, aquel extranjero similar. En algún momento él caería ante mi presión, ¡yo sabía que su mimetización con mi vida no era natural! ¿Sería acaso una marioneta? ¿un vil truco para jugar con las fisuras de mi memoria? Procuraba no desplomarme en la infamia del pánico una vez más, sin embargo, el retumbar en mi pecho daba el presagio del hundimiento en la oscuridad penetrante que estaba sufriendo en el cuarto de baño, como si lentamente se digiriera hacia mi posición alguna clase de criatura. Al mismo tiempo, constante, firme e imperturbable, el astuto embustero sobre la pared no cesaba con sus miradas, me encontraba entre sus deseos, en sus luceros podía ver la corrupción de sus intenciones. Yo, tan iluso como perdido, estaba percatado de sus perniciosas y destructoras intenciones, sabía que aquel ser sobre la superficie fabricaba tras de sí una nueva realidad, ya no veía un espejo ni un cristal, no era un muro ni una habitación, era una ventana hacia mi mente, un desafío hacia lo desconocido, una seducción que martillaba sobre mi juicio.

Súbitamente, sentí como el pomo de la puerta, en su frialdad, llamaba mi nombre. Mis talones, tan inertes como en los pasados minutos, resistían la tentación a cambiar de dirección. Mientras tanto, la fluorescencia blanquecina iluminaba la forma en la que el reflejo ajeno mostraba la periferia de su cráneo. Notaba como, de nuevo, el marco de un universo forastero se me enfrentaba con vehemencia. Con un sentido de repulsión, me alejaba con constancia al mismo tiempo que me invadía un sentido de ilógica paciencia; cual si fuera un ratón asustado y en una cólera exasperada para buscar refugio de lo invisible, me aparté frenéticamente hacia el muro opuesto, casi tropezándome con la tina.

Comprendí mi absurda aversión hacia lo desconocido, justo había percibido un engaño de mis ojos al enfrentarme al cristal sobre el lavabo ¿por qué habría de ser diferente esta vez? Es imperativo que esta vez fuese peor, porque ya no se trataría de una criatura que me persiguiera como un mimo, algo habría al girar el picaporte, algo que ni mi cuerpo ni mi mente querían presenciar. Sin embargo ¿tenía acaso algo que perder? —¡será solo mi imaginación! —pensé ingenuamente. Me levanté decidido a abrir aquel portal de interrogantes, alto, de una aparente madera de cedro, con detalles brillantes y alargados que iban de extremo a extremo. Tomé una toalla para secarme el sudor que emanaba de mi sien, fije la mirada al frente y lentamente, como un niño abriendo el armario para cerciorarse de no tener monstruos, abrí la condenada puerta. Desolador fue mi descubrimiento al ver a una criatura de cabellos largos que me miraba con aires somnolientos. Divisando los alrededores, me encontré en un recinto desconocido, alejado, que era incapaz de reconocer. Fue ahí donde me percaté, que esto no era un sueño ni una ilusión, no se trataba de un temor de un párvulo irracional. Lo único que gritaban mis sesos era el constante bullicio de los hombres condenados a no tener memoria.

-Juan Daniel Escobar

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Arte por Elisheva Nesis: https://www.saatchiart.com/elishevanesis


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